lunes, 20 de julio de 2009

Entrada 5 - ¿Real?

¿Real?
1 de enero, 12:24

Ayer viví una de las experiencias más extrañas de mi vida. Mis recuerdos son muy difusos, pero trataré de contarlo desde el principio.

Había quedado con mis padres para pasar la nochevieja con ellos (o como me gustaba decir a mí, 'ver morir el año'). En lugar de acudir a la cena, adelanté mi llegada a las cuatro de la tarde, puesto que no tenía mucho que hacer y quería charlar un poco con mi familiares a los que no veía desde hacía tiempo. Mi padre me invitó a tomar algo en un local nuevo en la ciudad: el 'Café Calavera'. Menudo nombre, pensé.

Lo llevaba un indonesio llamado Ak'a, al que mi padre llamaba 'Aka' pero cuyo nombre tenía una pronunciación mucho más difícil. Tenía unos 50 años, aunque podría pasar por mayor. Me llamó bastante la atención su estética tribal, con ostentosos colgantes y varios pendientes en ambas orejas. He de decir que, aunque no dominaba muy bien el español, la conversación con él fue bastante agradable.

Cuando ya llevábamos dos rondas y Ak'a estaba recogiendo las tazas, mi padre hizo un ademán de irse, argumentando que era tarde y mi madre le necesitaba en la cocina, pero el indonesio le paró y masculló un 'ahora yo invita té. Té xí bueno cabeza'. Decidimos quedarnos a probar ese té tan especial, pero mientras esperábamos mi padre recibió una llamada de mi madre y tuvo que marcharse, aunque no me dijo por qué. Yo me ofrecí a acompañarle, pero me pidió que me quedase. Unos minutos más tarde, Ak'a llegaba a la mesa con una gran bandeja llena de cuencos.

Después de una fugaz explicación sobre la ausencia de mi padre, colocó todo en la mesa y comenzó el 'ritual de té xí'. Untó en el fondo de un cuenco una especie de pasta marrón oscuro, bastante espesa y aceitosa, y luego esparció por encima algo parecido al tabaco de mascar. Machacó durante unos treinta segundos la mezcla y después virtió, muy despacio, un fluido verde bastante caliente. Después de removerlo un poco, y con una gran sonrisa, me acercó amigablemente un frasco y preguntó: '¿Azúcar?'. Ese detalle me resultó especialmente curioso, pues no me parecía que un brebaje tan extraño pudiese contener algo tan cotidiano como el azúcar.

Sin pararme a pensar demasiado, bebí el contenido del cuenco en apenas tres o cuatro sorbos y me marché a casa. Ni siquiera llegué a saborearlo: tenía prisa por saber de qué se trataba la llamada de mi madre.

Caminé a paso ligero. Era un día bastante apacible, puesto que era fin de año y la mayoría de personas estaban en sus casas con sus respectivas familias, pero los escasos sonidos de los motores y las bocinas me resultaban especialmente difusos y molestos hoy. Notaba que me adormecía cada vez más, quizá por las supuestas propiedades relajantes del té xí. Cada vez me pesaban más los pies y me era más difícil andar. Cuando por fin llegué al portal, subir las escaleras me costó horrores, aún siendo un primer piso, y cada vez me notaba menos despierto. Nada más llegar al rellano, sufrí un vahído y me desvanecí por completo. No sé cuánto tiempo estuve así, pero lo que ví cuando me desperté era horrible...