jueves, 28 de mayo de 2009

Entrada 4 - Echar raíces

Echar raíces
30 de diciembre, 00:18
Es realmente bonita. En la restauración no intervino ningún albañil, por lo que ha quedado exactamente como quería. Sin intermediarios. Esculpida con mis propias manos.

Haciendo caso a mi madre (estás aislado de la ciudad y es muy peligroso que te roben) decidí cercar toda la finca con un muro de 1,50m de alto coronado por una verja andaluza de 2 metros (Sin florituras, quería que resultase más difícil trepar). Dentro de la finca está la casa, una piscina, un amplio jardín, un campo de minigolf (petición expresa de mi primo Juan) y un amplio terreno sin utilizar.

El techo de la casa es de teja naranja y tiene una ligera inclinación en el lado izquierdo para evitar la acumulación de agua de lluvia, pero nada excesivo (nunca me gustaron las casas-triángulo). En las paredes había piedra incrustada traída expresamente desde Galicia. Un pequeño capricho. Pequeño, pero caro. Las puertas estaban realizadas en madera de roble y barnizadas para darles un brillo satinado. Ahora me recordaban a las puertas de casa de mis abuelos.

Por dentro era bastante espaciosa. Disponía de dos habitaciones de invitados con una cama cada una, el dormitorio principal, dos baños, un salón y una cocina americana. Más que suficiente, pienso. De hecho las dos habitaciones de invitados aún no han sido ocupadas...

Creo que ya he contado mi vida con pelos y señales durante los últimos meses. Ahora vivo bastante tranquilo. Como dije, trabajo en la oficina de mi primo, ocupación que me absorbe la mayor parte del tiempo, puesto que siempre hay alguien que se queda a hacer horas extras y acaba necesitando soporte técnico. Apenas me queda tiempo para mí, y si lo tengo, lo gasto leyendo blogs en internet o trabajando en alguna chapuza para la casa. No he tenido apenas tiempo desde que llegué para relacionarme con nadie. Vivo aquí, a 5 kilómetros del pueblo más cercano, sólo, en medio de la autopista y los acantilados, y en lo personal me siento igual. He conseguido mi propósito: echar raíces. Pero en lugar de hacerlo en un florecido jardín lo he hecho en un estrecho macetero.

Quizá sea esa una de las razones que me llevaron a escribir este diario. Necesito una forma de sacar todo lo que llevo dentro y dejarlo plasmado en algún sitio. Podría decirse que actúa como terapia. Pero no es suficiente. Necesito compañía. Y es absurdo pedirle a mis amigos que me esperen a la vuelta del trabajo, a las 12 de la noche en días lectivos. No.

Es por eso que mañana voy a casa a por la que ha sido una gran compañera para mí, Zaida. Zaida es un pinscher miniatura, una de las razas de perro más pequeñas que existen. Al contrario de lo común en los suyos, que tienen el pelo corto, negro, son delgaduchos e hiperactivos, ella tiene unos largos y rizados cabellos que alternan el marrón con el rubio, es gruesa y de lo más perezoso que jamás haya visto. Pero es la mar de cariñosa y quizá podría proporcionarme ahora lo que necesito. Me va a costar convencer a mi hermana, pero voy a intentar hacerle ver que es necesario. Supongo que con mis padres no habrá ningún problema. Voy a apagar la tele, en la que una coqueta presentadora informa de un ataque a una base rusa o algo así, servirme una copa de vodka y contemplar las estrellas por un rato antes de dormir.

martes, 19 de mayo de 2009

Entrada 3 - Buscando mi lugar... como un teléfono en la guía

Buscando mi lugar... como un teléfono en la guía
29 de diciembre, 19:22

Los siguientes días los pasé en casa de mis padres, decidiendo qué haría a partir de ese momento. Mi madre insistía en que me estableciese allí. Dónde vas a estar mejor que en tu casa. Mi padre, por el contrario, no parecía albergar ninguna opinión al respecto, pero creo que sabía tan bien como yo que necesitaba otra cosa. Ya había saciado mi sed de sur, pero para ser de verdad yo necesitaba cumplir un sueño. Un verdadero sueño.

Cuando era pequeño, solía ir de pesca con mi tío. Cogíamos el coche y nos íbamos a las rocosas costas lindantes con Granada. Apenas alcanzo a recordar aquellos momentos, pero realmente disfrutaba (quizá mi afición por la pesca venga de esos años). En la zona que frecuentábamos era raro ver casas, y menos aún núcleos urbanos. Era un sitio realmente solitario y tranquilo, a la vez que precioso, con unos acantilados increíbles. Sin embargo, había una casa que siempre me llamaba la atención. Recuerdo pedir a mi tío acceder a ella y, ante su evidente negativa, empezar a llorar desconsoladamente. Aún así, siempre que la veía me cautivaba sin razón aparente.

Se trataba de una casa típica de la zona. Con techo de teja y paredes de un blanco perla que reflejaba los rayos solares evitando su calor. Las ventanas estaban decoradas con flores de todos los colores que despertaban mi imaginación. Poseía un gran jardín en sus aledaños y una serpenteante escalera de piedra bajaba desde ella hasta la playa. Podría decirse que era la casa perfecta.

Pregunté a mi madre por ella, y me dijo que llevaba años deshabitada. Quizá ésto me animó aún más, e investigué hasta dar con el propietario. Se trataba de un joven de quizá 25 años. Explicó que la casa pertenecía a sus padres fallecidos hacía ya 7 años y que estaba muy interesado en venderla. Me advirtió de su mal estado, pero no le di mayor importancia y le pedí que me la mostrase.

Ese mismo día por la tarde fuimos juntos en su coche acompañados de un repetitivo y estridente baila morena. Tras unos diez minutos de trayecto llegamos al portón metálico, en el que rezaba Cortijo de la Marina, en referencia al nombre de la zona. Al abrirlo, sonó un chirrido herrumbroso bastante desagradable que delataba el tiempo de desuso de su mecanismo. La apertura de la puerta dejó paso a la imagen de la casa, que inmediatamente trajo una bocanada de recuerdos a mi mente. Ya no era como antes. Las consecuencais del tiempo que había pasado sin huéspedes se hacían evidentes. Las paredes otrora blancas como perlas ahora se coloreaban ocre, en una mezcla de suciedad, salitre y tiempos mejores. El interior de la casa no era muy diferente: paredes agrietadas, humedades, ausencia total de mobiliario... Aún así, y tomando en cuenta que el precio era realmente atractivo (72.000 euros por 400 metros cuadrados de terreno), me atreví a comprarla, aún a sabiendas de que era necesaria una restauración total.

Las siguientes semanas fueron increíblemente ajetreadas. Me ví obligado a buscar un trabajo para poder pagar la hipoteca y, una vez más, la solución fue la familia. En este caso, mi primo, Juan. Era un chico 5 años más joven que yo, pero estaba bastante mejor posicionado económicamente. Era dueño de una empresa que tenía oficinas en la ciudad. Algunos lo tachan de mojigato, pero es un buen chaval. Es muy tímido y creo que jamás ha pisado una discoteca, pero es una muy buena persona. Me ofreció trabajo reparando ordenadores en sus oficinas. No es nada del otro mundo, pero era mi mejor opción. Actualmente estoy buscando otro trabajo, pues allí ya me llaman el enchufado (chiste fácil por mi trabajo).

Empezamos con la restauración inmediatamente. Fue Alessandro, quizá el mejor amigo que jamás haya tenido, el que más se implicó en ello. Ambos trabajábamos, pero al terminar la jornada nos dirigíamos a mi casa y nos dedicábamos a las labores de rehabilitación. El ritmo fue inesperadamente alto, llegando a finalizar el trabajo en apenas 2 meses y medio nosotros dos solos. Aún a día de hoy sigo haciendo pequeñas chapuzas. Mi última construcción fue un campo de minigolf, a petición de Juan.

El momento en que vi mi hogar terminado fue quizás el mejor de toda mi vida. Ahora sí que me sentía pleno. Sentía que la vida me pagaba todo lo que me debía. Llevaba años buscando mi lugar, como un teléfono en la guía, y al fin había dado con él. Y a día de hoy, aquí me encuentro, en esta maravillosa casa, escribiendo en este diario.

sábado, 16 de mayo de 2009

Entrada 2 - De vuelta a los orígenes

De vuelta a los orígenes
27 de diciembre, 11:18

Dicen que el ser humano se mueve por impulsos. Yo siempre había renegado de esa afirmación, pero lo cierto es que me demostré a mí mismo lo contrario. A las 11 estaba en la estación, y a las 12 menos cuarto me encontraba a bordo de un tren con destino Almería. Aún no sabía ni dónde ni con quién iba a vivir. Todo se había desarrollado a un ritmo vertiginoso. Había dejado el coche en el aparcamiento de la estación, y no tenía intención de recuperarlo. En casa, me ocupé de dejarle una nota explicativa a mi ex indicando dónde debía recogerlo y haciendo especial hincapié en que no tratase de llamarme. Cualquier evocación de mi anterior vida me resultaba pavorosa.

Tras una larga travesía, por fin bajé del tren en tierras almerienses. Todo cambió desde el instante en que puse el pie en el cemento de la estación. Me sentía vivo, feliz, aliviado. Me sentía yo. Sé que parece totalmente ilógico, pero dos segundos allí me habían llenado más que seis años en mi anterior hogar. Aún así, sólo disponía de mi equipaje y unos 300 euros y necesitaba un lugar para dormir hasta que rehiciese mi vida. Fue ahí cuando recurrí a donde todos recurrimos en los momentos bajos: a la familia.

Llamé a mi madre y le expliqué que estaba en Almería. Su primera reacción fue de sorpresa, pues no se trataba de puente ni festivo. Asumió que debería tratarse de algún papeleo o gestiones y, como siempre, empezó con sus suposiciones en voz alta. Sin embargo, la frené en seco y le solté la bomba sin rodeos. Volvía. Para quedarme. Se quedó muda, pero enseguida demostró su alegría por la noticia. Como era de esperar, me ofreció alojamiento. Oferta que, dada mi situación, no pude rechazar. Cogí el autobús y comencé el último tramo hasta mi destino. El viaje me trajo gratos recuerdos, no había observado esos paisajes con tal atención desde hacía años.

Si bien fue más corto, el viaje en autobús se me hizo más cansado que el de tren, aunque más ameno. Llegué a Adra sobre las 9 y media de la noche, y sin llamar, como había prometido, me dirigí hacia la casa de mis padres. Mi casa. No sin dudarlo mucho y tras unos segundos de reflexión, apreté el timbre y esperé respuesta. La puerta se abrió y tras ella apareció la inconfundible figura de mi madre, que a pesar del paso de los años conservaba su dorada y rizada melena (producto, quizás, de los habituales tintes que usaba, dado que era peluquera). Tenía la tez más rosada que jamás haya visto y unos ojos azules como el mar. En su cara se dibujó una sonrisa y seguidamente nos abrazamos. Mantuvimos la típica charla en estos casos y, tras unos diez (quizá quince) minutos de interrogatorio, me dispuse a darme una ducha rápida antes de que llegase mi padre para cenar con él.

Mi padre es un hombre muy hablador. Le encantaba charlar conmigo sobre cualquier cosa y dependiendo de la época, llegamos a estrechar lazos bastante. Quizá demasiado bipolar (en unas ocasiones, demasiado estricto, en otras, absolutamente lo contrario), aún así, yo lo veía como una gran persona y le tenía alta estima. Aún no sabía que había llegado, pues en su trabajo siempre está hablando por teléfono y se hace casi imposible contactar con él. Por suerte, conseguí ducharme y estar preparado antes de que él llegara.

Cuando abrió la puerta y me vio sentado en la cocina, se le quedó una cara de asombro digna de haber descubierto el sentido de la vida. No fue hasta pasados unos segundos que reaccionó, sonriendo y acercándose a mí. Entablamos más o menos la misma conversación que tuve con mi madre y nos sentamos a comer. La cena fue muy animada, aunque yo estaba un poco reticente. Me preguntaban mucho sobre qué pensaba hacer, sobre los motivos de mi huida, sobre qué pasaría con mi ex... pero yo no estaba por la labor de responder. Estaba exhausto, física y mentalmente. Necesitaba dormir y así se lo hice saber. Un poco decepcionados, accedieron. Mi madre preparó la cama de mi antigua habitación y me acosté, durmiendo unas largas 9 horas.

jueves, 14 de mayo de 2009

Entrada 1: Comienzos

Comienzos...
26 de diciembre, 16:42

Me ha costado decidirme, pero definitivamente lo he hecho. Me ha costado mucho dejarlo todo. Dejar a mi pareja, mi trabajo, mi casa... todo para retornar al principio.

Soy natural de Adra, una ciudad almeriense de apenas 26,000 habitantes límitrofe con Granada al oeste y con el centelleante mar Mediterráneo al sur. Con 18 años marché a Madrid a estudiar, y una vez finalizados los estudios me asenté en Xátiva, Valencia, donde encontré trabajo y a la que fue mi pareja durante los 6 años siguientes.

Allí pasé unos dulces y largos años, probablemente unos de los mejores de mi vida. Disfrutaba con mi trabajo, con mi pareja, con la ciudad, con mis nuevas amistades... Acostumbrado a un piso, vivir en una duplex era algo maravilloso para mí. La vida que allí se me ofrecía era todo lo que se puede pedir. O casi. Sin embargo, llegó un día en que me dí cuenta de que no podía continuar así. Necesitaba un cambio. Un cambio, irónicamente, para volver a estar como antes. Un retorno al pasado.

Los meses siguientes fueron bastante duros para mí. No quería perder esa vida que tanto me había costado conseguir, por la que tanto había sufrido. Sabía que no podía encontrar nada mejor. Lo tenía todo y, sin embargo, todo no era suficiente para llenarme. Me sentía totalmente vacío. Como un muerto viviente. Y sólo había una cosa capaz de hacerme sentir pleno...

Como decía, los próximos meses fueron bastante agobiantes. Como hacía con todo, le conté a mi pareja cómo me sentía y mis impresiones al respecto. Con el tiempo, me dí cuenta de que la única solución posible para mí era volver a Adra. Así se lo hice saber a mi chica, que, ante mi sorpresa, se negó rotundamente. Me pidió que lo reconsiderara y buscase alguna otra alternativa, como ir al club de golf (¿de verdad pensaba que éso podría sustituir 18 años de mi vida?) pero eso era ya imposible. Ella seguía en sus trece y no parecía dispuesta a abandonar su tierra.

No hace falta decir que las semanas siguientes fueron muy convulsas entre nosotros. Reproches mutuos, llantos, discusiones, ya no me quieres, no te importo... y así hasta la saciedad. Quizá lo insostenible de la situación fue lo que me empujó a dar el salto y dejarlo todo. Un buen día (buenísimo, en realidad) hice la maleta, cogí el coche y en lugar de dirigirme al trabajo hice lo propio hacia la autopista del Mediterráneo. Unas horas después me encontraba de nuevo en mi hogar. Ya no tenía trabajo. Ni casa. Ni pareja. Ni siquiera amigos, pues los de mi infancia estaban desperdigados por el mapa. Pero necesitaba esto. Se dice que el alma es como un vaso de agua (¿por qué no de whisky?) y yo, para hacerlo rebosar hasta el final, necesitaba regresar al principio.