sábado, 16 de mayo de 2009

Entrada 2 - De vuelta a los orígenes

De vuelta a los orígenes
27 de diciembre, 11:18

Dicen que el ser humano se mueve por impulsos. Yo siempre había renegado de esa afirmación, pero lo cierto es que me demostré a mí mismo lo contrario. A las 11 estaba en la estación, y a las 12 menos cuarto me encontraba a bordo de un tren con destino Almería. Aún no sabía ni dónde ni con quién iba a vivir. Todo se había desarrollado a un ritmo vertiginoso. Había dejado el coche en el aparcamiento de la estación, y no tenía intención de recuperarlo. En casa, me ocupé de dejarle una nota explicativa a mi ex indicando dónde debía recogerlo y haciendo especial hincapié en que no tratase de llamarme. Cualquier evocación de mi anterior vida me resultaba pavorosa.

Tras una larga travesía, por fin bajé del tren en tierras almerienses. Todo cambió desde el instante en que puse el pie en el cemento de la estación. Me sentía vivo, feliz, aliviado. Me sentía yo. Sé que parece totalmente ilógico, pero dos segundos allí me habían llenado más que seis años en mi anterior hogar. Aún así, sólo disponía de mi equipaje y unos 300 euros y necesitaba un lugar para dormir hasta que rehiciese mi vida. Fue ahí cuando recurrí a donde todos recurrimos en los momentos bajos: a la familia.

Llamé a mi madre y le expliqué que estaba en Almería. Su primera reacción fue de sorpresa, pues no se trataba de puente ni festivo. Asumió que debería tratarse de algún papeleo o gestiones y, como siempre, empezó con sus suposiciones en voz alta. Sin embargo, la frené en seco y le solté la bomba sin rodeos. Volvía. Para quedarme. Se quedó muda, pero enseguida demostró su alegría por la noticia. Como era de esperar, me ofreció alojamiento. Oferta que, dada mi situación, no pude rechazar. Cogí el autobús y comencé el último tramo hasta mi destino. El viaje me trajo gratos recuerdos, no había observado esos paisajes con tal atención desde hacía años.

Si bien fue más corto, el viaje en autobús se me hizo más cansado que el de tren, aunque más ameno. Llegué a Adra sobre las 9 y media de la noche, y sin llamar, como había prometido, me dirigí hacia la casa de mis padres. Mi casa. No sin dudarlo mucho y tras unos segundos de reflexión, apreté el timbre y esperé respuesta. La puerta se abrió y tras ella apareció la inconfundible figura de mi madre, que a pesar del paso de los años conservaba su dorada y rizada melena (producto, quizás, de los habituales tintes que usaba, dado que era peluquera). Tenía la tez más rosada que jamás haya visto y unos ojos azules como el mar. En su cara se dibujó una sonrisa y seguidamente nos abrazamos. Mantuvimos la típica charla en estos casos y, tras unos diez (quizá quince) minutos de interrogatorio, me dispuse a darme una ducha rápida antes de que llegase mi padre para cenar con él.

Mi padre es un hombre muy hablador. Le encantaba charlar conmigo sobre cualquier cosa y dependiendo de la época, llegamos a estrechar lazos bastante. Quizá demasiado bipolar (en unas ocasiones, demasiado estricto, en otras, absolutamente lo contrario), aún así, yo lo veía como una gran persona y le tenía alta estima. Aún no sabía que había llegado, pues en su trabajo siempre está hablando por teléfono y se hace casi imposible contactar con él. Por suerte, conseguí ducharme y estar preparado antes de que él llegara.

Cuando abrió la puerta y me vio sentado en la cocina, se le quedó una cara de asombro digna de haber descubierto el sentido de la vida. No fue hasta pasados unos segundos que reaccionó, sonriendo y acercándose a mí. Entablamos más o menos la misma conversación que tuve con mi madre y nos sentamos a comer. La cena fue muy animada, aunque yo estaba un poco reticente. Me preguntaban mucho sobre qué pensaba hacer, sobre los motivos de mi huida, sobre qué pasaría con mi ex... pero yo no estaba por la labor de responder. Estaba exhausto, física y mentalmente. Necesitaba dormir y así se lo hice saber. Un poco decepcionados, accedieron. Mi madre preparó la cama de mi antigua habitación y me acosté, durmiendo unas largas 9 horas.

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