martes, 19 de mayo de 2009

Entrada 3 - Buscando mi lugar... como un teléfono en la guía

Buscando mi lugar... como un teléfono en la guía
29 de diciembre, 19:22

Los siguientes días los pasé en casa de mis padres, decidiendo qué haría a partir de ese momento. Mi madre insistía en que me estableciese allí. Dónde vas a estar mejor que en tu casa. Mi padre, por el contrario, no parecía albergar ninguna opinión al respecto, pero creo que sabía tan bien como yo que necesitaba otra cosa. Ya había saciado mi sed de sur, pero para ser de verdad yo necesitaba cumplir un sueño. Un verdadero sueño.

Cuando era pequeño, solía ir de pesca con mi tío. Cogíamos el coche y nos íbamos a las rocosas costas lindantes con Granada. Apenas alcanzo a recordar aquellos momentos, pero realmente disfrutaba (quizá mi afición por la pesca venga de esos años). En la zona que frecuentábamos era raro ver casas, y menos aún núcleos urbanos. Era un sitio realmente solitario y tranquilo, a la vez que precioso, con unos acantilados increíbles. Sin embargo, había una casa que siempre me llamaba la atención. Recuerdo pedir a mi tío acceder a ella y, ante su evidente negativa, empezar a llorar desconsoladamente. Aún así, siempre que la veía me cautivaba sin razón aparente.

Se trataba de una casa típica de la zona. Con techo de teja y paredes de un blanco perla que reflejaba los rayos solares evitando su calor. Las ventanas estaban decoradas con flores de todos los colores que despertaban mi imaginación. Poseía un gran jardín en sus aledaños y una serpenteante escalera de piedra bajaba desde ella hasta la playa. Podría decirse que era la casa perfecta.

Pregunté a mi madre por ella, y me dijo que llevaba años deshabitada. Quizá ésto me animó aún más, e investigué hasta dar con el propietario. Se trataba de un joven de quizá 25 años. Explicó que la casa pertenecía a sus padres fallecidos hacía ya 7 años y que estaba muy interesado en venderla. Me advirtió de su mal estado, pero no le di mayor importancia y le pedí que me la mostrase.

Ese mismo día por la tarde fuimos juntos en su coche acompañados de un repetitivo y estridente baila morena. Tras unos diez minutos de trayecto llegamos al portón metálico, en el que rezaba Cortijo de la Marina, en referencia al nombre de la zona. Al abrirlo, sonó un chirrido herrumbroso bastante desagradable que delataba el tiempo de desuso de su mecanismo. La apertura de la puerta dejó paso a la imagen de la casa, que inmediatamente trajo una bocanada de recuerdos a mi mente. Ya no era como antes. Las consecuencais del tiempo que había pasado sin huéspedes se hacían evidentes. Las paredes otrora blancas como perlas ahora se coloreaban ocre, en una mezcla de suciedad, salitre y tiempos mejores. El interior de la casa no era muy diferente: paredes agrietadas, humedades, ausencia total de mobiliario... Aún así, y tomando en cuenta que el precio era realmente atractivo (72.000 euros por 400 metros cuadrados de terreno), me atreví a comprarla, aún a sabiendas de que era necesaria una restauración total.

Las siguientes semanas fueron increíblemente ajetreadas. Me ví obligado a buscar un trabajo para poder pagar la hipoteca y, una vez más, la solución fue la familia. En este caso, mi primo, Juan. Era un chico 5 años más joven que yo, pero estaba bastante mejor posicionado económicamente. Era dueño de una empresa que tenía oficinas en la ciudad. Algunos lo tachan de mojigato, pero es un buen chaval. Es muy tímido y creo que jamás ha pisado una discoteca, pero es una muy buena persona. Me ofreció trabajo reparando ordenadores en sus oficinas. No es nada del otro mundo, pero era mi mejor opción. Actualmente estoy buscando otro trabajo, pues allí ya me llaman el enchufado (chiste fácil por mi trabajo).

Empezamos con la restauración inmediatamente. Fue Alessandro, quizá el mejor amigo que jamás haya tenido, el que más se implicó en ello. Ambos trabajábamos, pero al terminar la jornada nos dirigíamos a mi casa y nos dedicábamos a las labores de rehabilitación. El ritmo fue inesperadamente alto, llegando a finalizar el trabajo en apenas 2 meses y medio nosotros dos solos. Aún a día de hoy sigo haciendo pequeñas chapuzas. Mi última construcción fue un campo de minigolf, a petición de Juan.

El momento en que vi mi hogar terminado fue quizás el mejor de toda mi vida. Ahora sí que me sentía pleno. Sentía que la vida me pagaba todo lo que me debía. Llevaba años buscando mi lugar, como un teléfono en la guía, y al fin había dado con él. Y a día de hoy, aquí me encuentro, en esta maravillosa casa, escribiendo en este diario.

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